UNA CHICA CON ESO

Una chica con eso– 2001

Por Soledad Vallejos

Una nueva cara en su cara, el índice sobre una mejilla, y el gesto de los mediodías televisivos. “De a poco, Chiqui, de a poco”, se dice. Son cerca de las once de la noche, afuera llueve y adentro, en una sala llena de libros de ópera y luces tenues, un poco de música clásica empieza a relajar el cansancio de una jornada extensa. Pero a Alejandra Radano el hecho de haberse levantado a las seis de la mañana para grabar las escenas de su participación en “Culpables” (dentro de poco se la verá como la amante del personaje de Alfredo Casero) apenas se le nota. Tampoco se le nota que llegó a casa 15 minutos antes de la entrevista (tal vez los efectos del baño que se dio para “quitarse le grabación de encima”), pero ella asegura que los otros días, cuando se pone en la piel de la Roxy del musical Chicago, sí llega “¡Muerta! ¡Pero muerrrrta!”. A cara lavada, con ropa de entrecasa, taza de café en mano, en cambio, la chica está más cerca de lo que califica como maleabilidad que de las mujeres arrolladoras que sólo pueden encarnarse en ella. Y sonríe, describe proyectos, deja ver algo de histrionismo cuando es la única forma posible de hablar, dice que le llaman la atención las notas, que le parecen interesantes. “Porque, primero, está el discurso de uno, después lo que la persona ve de uno, que quizás no es lo que uno ve de uno. Yo me acuerdo que cuando tenía 15 años leí el libro La octava maravilla, de Vlady Kociancich, y hay una frase que me quedó. Decía: ‘Verse la cara en un espejo produce una punta de extrañeza, un natural divorcio entre lo que uno es y la imagen reflejada’.” Una edad poco apropiada para leer semejantes cosas, acota el espejo ocasional. “Pero, mi amor, a los 8 años me regalaron el TEG para Navidad. ¿Cómo no voy a leer Vlady Kociancich a los 15 años, querida?” Y también por esa época descubrió a Delmira Agostini, así que imaginen lo que puede ser esta chica.

Una profesional
La sesión de fotos, parece, fue de lo más divertida. Alejandra detalla el vestido, los zapatos, cómo se maquilló, cómo combinó colores… y que usó huevos. “¿Por qué huevos? Nada… me pareció que era interesante como composición, por la forma. En un momento, hay unas fotos en que estoy rompiendo esos huevos, y la nota se va a llamar –mira hacia arriba, hace un gesto de titular de Crónica TV


–En alguna entrevista habías dicho que te gustaría ser identificable, pero no famosa.
–Es que yo no voy a ser más talentosa porque aparezca mi nombre en las revistas. Claro que si sirve para eso, si voy a ser más talentosa así, bienvenido sea. Eso es lo que a mí me tortura la cabeza. O sea: eso es loque yo quiero. Para eso tengo que trabajar, y tengo que estudiar, que es lo que estoy haciendo ahora. Y quiero más todavía.
Los proyectos son millones, y los nombres suenan a viejos conocidos de ella, de su vida profesional. Con tres de ellos (Fabián Luca, un realizador teatral más que interesante; Diego Bros, también actor, bailarín y cantante, que participa en Fiebre de sábado por la noche; y Gaby Goldman, pianista con aristas de comediante) hizo hace algunos años Tango Review, un sorprendente espectáculo que, tras tres años de preparación, desarrollaba de manera particular (parodias, guiños, ambientaciones y caracterizaciones agudas a partir de elementos mínimos), un recorrido por la historia musical del tango. Con otra (Sandra Guida) hace en estos días Chicago. Suena a familia extendida, sí, pero más que de fidelidades parece tratarse de afinidades electivas, de haber descubierto la combinación perfecta para que crear algo propio. “Fueron cosas que siempre quise hacer, y ya encontré con quién hacerlas”, explica cuando nombra a Luca, “encontré a la persona que tiene la cabeza para hacer eso”. Cree en la autogestión, se nota, y definitivamente es de las que prefieren las apuestas antes que la certidumbre más cómoda. No por nada, digamos, cuando su participación en Chicago era todavía una posibilidad sin respuesta tuvo el tupé de decirle que no al dinero seguro que le ofrecían por grabar en “Chiquititas”.
–Obvio que entre las dos opciones me quedaba con Chicago, porque tiene más que ver conmigo, con lo que yo quiero hacer. Pero, a la vez, era la posibilidad de estar un año entero en televisión, yo todavía no había hecho ni “Campeones” –era la novia de Sandro, el personaje de Diego Peretti– ni nada. Y dije: ¿qué hago? ¿Si le digo que no a “Chiquititas” y en Chicago no quedo? Pero bueno, pude decir que no, que muchas gracias. A la semana se suspende Chicago. Y dije: ¿y ahora? Y salió “Campeones”, y después empezamos a ensayar Chicago. Así que Dios me tiró un huesito.
–En Tango Review, en Drácula, en Chicago, en “Campeones”, hacés o hiciste personajes muy diferentes, pero en todos los casos salís bien parada. ¿Es intuición?
–Es intuición, son años de trabajo, es decisión. Uno también decide qué quiere. Hay gente que decide convertirse en un personaje, y eso está bien. Yo quisiera… a mí me encantaría poder no ser nada, ser…
–¿Maleable?
–Claro, ser muy maleable.
Por ejemplo, a mí me encanta Maria Callas, pero no por el mito sino por todo lo que ella hizo. Vos ves un recital de ella, y con el mismo vestido en cada aria es una persona distinta. Y es más alta, más baja. Eso es maravilloso. Eso me encantaría, eso quiero.
–Poco.
–Por eso también el tema del canto y la danza. Chicago me permitió avanzar un poco más en mi entrenamiento corporal. Porque yo bailo, estudio y estudié danzas, pero no soy bailarina. Pero no me puedo olvidar de una cosa que me dijo (el coreógrafo) Ricky Pashkus: uno tiene que enfrentar las cosas así. Me dijo: “Vos tenés que estudiar danzas como si fueras a ser bailarina”. Y eso significa tomar clases todos los días, porque el entrenamiento de una bailarina es terrible.
–Teniendo ese entrenamiento, y estando tan habituada a unir canto, actuación y baile en los espectáculos, ¿te cuesta mucho pasar a televisión? ¿Sentís que tenés que recortar recursos?
–No. La escena misma, el trabajo mismo te puede dar cosas muy específicas. Entonces no surge la necesidad de otra cosa, porque no cabe la posibilidad de que aportes ese recurso. Entonces yo me olvido de que puedo cantar o bailar. Además, también pasa que, en una comedia musical que está bien hecha, que tiene un gran libro, que es una gran obra, vos entendés por qué. En Chicago entendés por qué en ese momento el personaje canta. Hay una necesidad: cuando ya no podés expresar lo que te pasa con las palabras, nace el canto; cuando ya no das más, llorás. Y ahí está lo que decía Bob Fosse: él les pedía a sus bailarines que cantaran a través del baile, que bailaran a través de la actuación, y que actuaran a través del canto. Es todo una amalgama de las tres cosas. La televisión es muy inmediata; tiene un costado que es bárbaro y otro que es muy devorador por la forma de trabajar. Por eso, lo que más me gusta, lo que más me representa, es el teatro musical.

FOTO DE EDUARDO SALVADOR TORRES

El vacío (o cómo alcanzar la felicidad)
“Están buenos los cambios. Hay que ser flexible siempre, estar con los ojos bien abiertos”, dice y queda pensativa un instante. Cuenta otra de sus apuestas, la del espectáculo que presenta con Gaby Goldman los viernes en Million, una suerte de breve café concert: “Hago lo que quiero, canto el repertorio que quiero, y hay un montón de cosas que tienen que ver con las cancionistas y vedettes de los años ‘30”. La constante: las vamps bordeando abismos, chicas extremas que pasean entre la cocotte fatale y Niní Marshall.
–Con esto es como que estoy aprendiendo el oficio in situ, porque es la única manera y es bárbaro. Tenés un piso de madera, el piano, no hay escenario, la única separación es un seguidor que te hacen con un foco de luz. Y lo que armo como estructura, como forma de protección, son las canciones. A mí eso de estar con la gente, de hacer cosas con el público, mucho no me gusta. Yo me relaciono desde un lugar muy respetuoso, porque es mi estilo. Y me doy cuenta de que… ¿dónde aprendés estas cosas? Trabajando. Lo que pasa es que, a veces, el público es espectacular, y a veces es más difícil. Es tirarte al vacío… y a mí me encanta eso. Canto como cantaban antes, sin micrófono. Después de hacer Chicago me voy corriendo para allá, doce y media de la noche.

A veces digo: “Pero, ¿quién me manda? ¿Quién te manda, querida?”. Pero la verdad es que me acuerdo de antes, cuando trabajaba en el bar ése de Lavalle y Florida, o esos momentos.
–¿Trabajaste en un bar?
–Sí… ahora digo: “Qué bueno, ¿no?”
Soy muy feliz.
Soy muy feliz porque estoy haciendo lo que siempre soñé hacer, y además me pagan.
Es genial.
Encontrar a alguien feliz cada tanto no hace mal, ¿no?