VAMOS A BRILLAR

LAS12 27 de enero de 2017

Lo prohibido, una exploración minuciosa de las divas de antaño de Alejandra Radano.
Por Alejandra Varela

Con campera de cuero y mini short, con pollera acampanada o con un trajecito ajustado ella toma la obra del cuello y la arrebata, la descompone en todos sus destellos de actriz de vodevil. 
Si le proponen una escena imposible, atorada en un teléfono como si el melodrama que se invoca pudiera soportar el desafío de una acción estancada, redundante, ella se las ingenia para dibujar su estética de cabaret, su comicidad siempre irónica, su capacidad para ir más allá de la comedia veraniega y hacer de su gracia tan armada, tan sólida en su hechura actoral, la carta escondida para reinventar el show.

Alejandra Radano es la verdadera autora de Lo prohibido. Al chiste previsible ella lo descuartiza con una exploración perfecta de las divas de antaño. Entiende esa forma extravagante y un tanto almidonada, y la parodia más allá de las convenciones del libreto. Su Amelia se pierde en la convulsión de escenas sin destino, en el desarme de un azar que no se amilana ante el disparate pero ella está entera en su delirio y saca recursos de sus enseres de actriz como si llamara a una fiesta. Mientras el espectáculo se desmorona ella funciona como una estructura que contiene los escombros y en cada movimiento demuestra su astucia para construir un pequeño castillo en el que sus compañeros de elenco apenas se refugian. 

COMO SI SU PROPIA ACTUACIÓN FUERA UNA BOMBA.

Si se trata de volver a un cancionero romántico, tan consabido como conmovedor, ella se ocupa de proponer en cada tramo una versión nueva, desconcertante donde su voz genera puntos de fuga como si le mostrara a la platea que allí podría ocurrir otra cosa porque después de tanto ruido y tanta risa ella está haciendo lo que quiere. Va por un camino inverso al de sus galanes sin dejarlos jamás en el desamparo. Ellos parecen reconocer el chispazo de su arte pero nada obliga, en Lo prohibido, a tomarse tan en serio la tarea que Radano asume con su corte de pelo a lo Liza Minnelli y toda la potencia de un musical distinto que ella hace entrar por la ventada del decorado caro y lo despluma como si su propia actuación fuera una bomba.

Para muchxs Lo prohibido será un distracción frente a un calor que vence a cualquier cuerpo pero también puede pensarse como la demostración de todo lo que puede una artista cuando forma su propio artefacto de referencias, cuando tiene una opinión y un ejercicio afilado que le permiten reescribir cualquier material, ponerlo en crisis, aplastarlo y resucitarlo. Porque en esta obra no hay nada prohibido.

El título invoca aquello que falta pero que funciona de un modo irremplazable para que cualquier aventura amorosa tenga algo de sustancia, de riesgo vertiginoso. Amelia podrá estar en pareja con el hijo de su marido ausente,  extraviado en alguna isla salvaje pero la culpa es tan ilusoria, tan maltrecha en los desplantes escénicos hacia toda la antigüedad de la comedia que Radano realiza en su composición mientras parece aceptar ese texto con el que siempre entra en una tensión amable, que nada llega a tener consecuencias. Aquí la ficción es el desarrollo de la fantasía, desentendida de conflictividad. 

El teatro comercial, como el cine de industria norteamericano, siempre necesitan sostenerse en algún mito, extirparle al drama clásico alguna idea eterna para presentarla achicharrada, plana, solo susceptible al efecto que sigue provocando. En Lo prohibido lo que queda es una mujer que convierte su deseo en ley, que se explica ante el público solo porque toda acción femenina es fundadora de una trama inédita. Aunque en Lo prohibido semejante atrevimiento se vea sosegado en la imaginación romántica de su protagonista. ~