VÉRTIGO DEL ODIO

LA NACION | OPINIÓN

Poner fin al vértigo del odio

Marcelo Gioffré 26 de agosto de 2015  

El reestreno de Deshonrada en el Centro Cultural San Martín, la obra de teatro de Alfredo Arias que evoca la desdichada vida de la actriz Fanny Navarro, resulta particularmente oportuno en momentos en que la Argentina comienza a preguntarse por la esencia del peronismo, florecen ensayos que polemizan en torno a ese tema y, lo que es aún más interesante, parece asomar otra época de perdones o venganzas.

PATRICIA ACKERMAN

La obra se abre y se cierra con la actriz Fanny Navarro (protagonizada magistralmente por Alejandra Radano) en sus días finales, cuando muere prematuramente a los cincuenta años, en 1971. Pero el grueso de la obra versa sobre un hecho dolorosamente central en su vida: el interrogatorio al que fue sometida durante la Revolución Libertadora por Germán Fernández Alvariño (alias “Capitán Gandhi”). Es el diálogo enloquecido entre dos fanáticos, el diálogo imposible entre el peronismo y el gorilismo, entre el nacionalismo plebeyo y el nacionalismo higienista y castrense, entre dos ejércitos de ignorantes que elevan cada afirmación a la categoría de himno, de dogma, de iglesia, de sangre derramada innegociable. Como en una novela de Kafka, la mujer es arrancada de su casa, en la madrugada, y llevada a declarar ante un hombre que no es juez ni policía. La acusación no es clara. ¿Su amistad con Evita tal vez? ¿O su relación amorosa con Juan Duarte?

Emerge el ardoroso fanatismo de Navarro por el régimen peronista depuesto y, sobre todo, su evitismo feroz, adhesiones miopes que, ante la muerte de Juan Duarte, la habían llevado a homologar la falsa tesis del suicidio pese a las abundantes pruebas que lo desmentían. Algo parecido ocurrió en nuestros días con Víctor Hugo Morales que, contra todos los indicios e incluso contra las dudas sembradas por la propia presidenta Kirchner, sostuvo la tesis del suicidio en el caso de Alberto Nisman. La Argentina no aprende. El “Capitán Gandhi” (apodo emblemático y sarcástico), por su lado, profesaba un fanatismo inverso. Tan improvisado como los propios peronistas, militar arrogante y racista, se creía que por saber manejar un arma era capaz de manejar un interrogatorio o un país entero. Son dos barbaries queriendo estilizarse.

Así como durante el régimen peronista ella había recibido favores desproporcionados, tales como aumentos de sueldo disparatados y la designación como presidenta del Ateneo Cultural Eva Perón, desde el cual cometería arbitrariedades, después de caído el peronismo fue segregada, aislada y, de la estrella fabulosa que era (antes del 45 ya había sido tapa de Radiolandia) pasó a no tener trabajo, a caer casi en la indigencia y a quedar recluida con su madre en su casa. La Revolución Libertadora, a través de varias comisiones investigadoras, la sometió a todo tipo de vejaciones psicológicas, llegando incluso a la más notoria y salvaje de mostrarle la cabeza herida de Juan Duarte. En este sentido, el lema “Ni vencedores ni vencidos” que blandió el golpe del 55 no se cumplió con Navarro, volviendo a darse la misma situación revanchista que con Urquiza después de la caída de Rosas. Y, si bien en los años 60 llegó a hacer algún papel secundario en televisión, la estrella de Fanny Navarro estaba ya tan dañada como su salud.

Asistimos en 2015 a una época de cambios en la que muchos se preguntan si los que canjearon apoyo por prebendas en los últimos años deberían o no ser sometidos a castigos. Es la misma pregunta que se hizo Ernesto Sabato en 1956 en su libro La otra cara del peronismo . Y vivimos además una época en la que el peronismo en su conjunto comienza a ser cuestionado desde ciertas usinas intelectuales; basta mencionar dos libros recientes: El relato peronista , de Silvia Mercado, y Es el peronismo, estúpido , de Fernando Iglesias. Ambos sindican al peronismo en paquete (no ya meramente al kirchnerismo) como el gran mal de la Argentina moderna, lo que es particularmente complejo en un país en el que el 60% de la gente vota a candidatos peronistas.

Pero la obra de Arias va más allá, pues si bien es implacable con el peronismo también lo es con su contracara, el gorilismo. La obra de Arias muestra la intolerancia llevada a su máxima expresión, el diálogo imposible entre dos fanatismos en un país recurrentemente dividido, escindido, cortado en dos a golpes de cuchillo. El peronismo fomentó odios deliberados y eso hizo fermentar odios inversos. Para el “Capitán Gandhi”, Perón era “el dictador”; para Fanny, Dios. Para “Gandhi”, Eva era “el monstruo”; para Fanny, la santa. Dos países, tal como aconsejaban el nazi Carl Schmitt y su discípulo doméstico Ernesto Laclau.

Y así como Fanny Navarro obtuvo ciertas prebendas en el primer peronismo, en los últimos años muchos actores, periodistas, cantantes e intelectuales gozaron de las ventajas del poder. Contratos, publicidades oficiales, cargos y viajes llovían sobre estos adláteres mientras eran injustamente negados a personajes de mayor trayectoria por el único pecado de no adherir. Es más, quienes no adherían no sólo no recibían favores, sino que eran perseguidos y ridiculizados en el canal del Estado.

¿Es preciso que todos los colaboracionistas pasen en los próximos años, como Fanny Navarro, por purgatorios y cadalsos análogos? ¿Qué hacer con ellos? ¿Cómo reinsertar en la sociedad a esta camada de fanáticos a sueldo? ¿Hay algún diálogo posible con ellos? Pero si se los aísla, y ni hablar si se los persigue, ¿no se reciclan odios interminables?

La gran pregunta a que nos enfrenta Deshonrada es si el vértigo de odios puede cesar y cuál es la mejor fórmula para que ello ocurra: ¿cesa con el indulto o con el castigo, con el piadoso olvido o con la venganza? ¿Hay caminos intermedios, matizados? La respuesta la escribiremos entre todos.Por: Marcelo Gioffré

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